martes, 21 de noviembre de 2017

VIVENCIA PAOLO QUINTEROS

Paolo Quinteros
Exjugador del CAI Zaragoza
¿Quién dijo fácil?
Mis comienzos en el baloncesto fueron un simple entretenimiento, una actividad donde divertirme con mis compañeros cuando era chico. Conforme iba creciendo, miraba de reojo la posibilidad de dedicarme al basket, si bien mi prioridad seguían siendo los estudios hasta terminarlos. Finalmente, cuando me decidí a dar el paso, no lo hice de palabra, lo hice con hechos. Y fue muy difícil. Había que entrenar duro con el equipo de mi categoría y, luego, con el de otra superior hasta ocuparme prácticamente todo el día. Como todos, claro que atravesé momentos difíciles en que lo tentador hubiese sido abandonar. Recuerdo con 16 años, cuando realicé una prueba para Boca Juniors junto a 70 chicos más: eligieron 5 finalistas y uno fui yo. Al final, me descartaron. Fue un golpe duro, os lo aseguro, aunque nunca me desanimé por ello. La fe mueve montañas, dicen. Lejos de pensar en arrojar la toalla, me lo planteé como un reto. Mi desafío a partir de entonces era demostrar a todos que podía jugar. Estaba convencido. Comencé en equipos pequeños, fui escalando categorías en Argentina y una vez me sentí animado a dar el paso, lo di; fue en Estudiantes de Olavarría.
¿Pude hacerlo antes? Sí, pero quería acumular experiencia, jugar minutos, anotar puntos para estar perfectamente preparado y que no me sorprendiera la adaptación en adelante. Luego llegó España y el CAI Zaragoza con todo lo que vivimos aquí. Sin embargo, durante aquellos años, siempre andaban por ahí merodeando los “peros”: que si era bajito, que si no podía jugar en equipos grandes porque la altura no me lo permitía, que si me faltaba experiencia… Una vez más lo único que conseguían era alimentar mi orgullo, querer demostrar –no a la gente que me rodeaba- sino a mí mismo que con esfuerzo, voluntad y sacrificio, uno puede lograr lo que se propone. Algo que no sólo vale en el deporte sino en la vida.
Poco a poco se fueron cumpliendo las etapas. Llegaron los sueños y los premios como la Selección Argentina. Fue una recompensa, la grata recompensa al ir completando mis metas paso a paso, sin saltar escalones. Uno a los 16 años nunca se planteaba jugar en la selección de su país y eso ayuda luego a no pegártela si no llega. Una vez que estuve allí y probé el gustito a ganar títulos, quería repetir las sensaciones de lo que me había pasado. Le llaman ambición. Por suerte, más allá de que deben darse los factores de la calidad colectiva en los equipos, el ganar es un aliciente añadido para trabajar con ilusión y dar el cien por cien en cada entrenamiento.
Pero ¿quién dijo fácil? También he visto la otra cara del baloncesto, la de compartir vestuario con jugadores repletos de talento que se quedaron en el camino. Con talento, hoy no se consiguen metas. Fueron jugadores que creían que no necesitaban entrenar, o si lo hacían, era como un trámite para el partido porque “su” talento lo supliría todo. Error. Se estancaron. Los demás fueron progresando alrededor. Cuando eso pasa, es difícil hacer un clic y volver atrás en el tiempo. Ya no hay retorno. Y suele pasar en jugadores que se dejan llevar por los comentarios y las voces de quienes les rodean, al considerar que ya tienen todo aprendido. Abandonan el sacrificio y es el final de su proyección. Una lástima y un peligro.
Os animo finalmente a que cada entreno sea una experiencia enriquecedora; cada día un pasito más en vuestra trayectoria; cada compañero de equipo un amigo en el camino y cada equipo parte de vuestra vida. Al final, habrá merecido la pena. Seguro.

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